Hubo un tiempo en que el PJ sanjuanino era sinónimo de poder. Con estructuras aceitadísimas, sellos al día, actos con bombos y lealtades que no se discutían. Hoy, en cambio, el partido parece más un grupo de WhatsApp sin administrador: todos opinan, nadie ordena.
La foto actual muestra un peronismo perdido entre liderazgos gastados, herencias en disputa y un electorado que ya no compra el mismo relato. ¿Qué pasó con ese movimiento que, hasta hace poco, tenía todo? El poder provincial, el Congreso, la calle, los sindicatos. Hoy, sólo le quedan los recuerdos… y una interna eterna.
Mientras tanto, Marcelo Orrego, con un discurso de equilibrio y gestión moderada, mantiene una imagen positiva estable. No rompe la grieta, pero la esquiva con elegancia. No promete revoluciones, pero entrega algo valioso en este clima: previsibilidad.
Y en la otra esquina, Javier Milei. Aunque aún conserva un núcleo duro, en San Juan su imagen cayó fuerte. En una provincia con bolsillos flacos, ni la motosierra de juguete logran entusiasmar como antes. El enojo inicial se diluye cuando el ajuste llega a la mesa, al boleto, al aula y al hospital.
El PJ, mientras tanto, juega al “quién se queda con la lapicera” en vez de preguntarse quién los va a votar. La gente ya no los espera. La mística no alcanza. La identidad se les escapa entre los dedos como un volante de campaña en pleno viento zondino.
¿Qué liderazgos nuevos pueden nacer de una estructura tan agotada? ¿Cómo se reconstruye algo que ya no emociona? ¿Qué pasa cuando la gente te deja de temer y, peor aún, te deja de necesitar?
La respuesta, por ahora, no está en las encuestas. Y parece que tampoco en el viejo PJ.