La actividad tomatera en San Juan enfrenta uno de los escenarios más delicados de los últimos años. A pocos meses de comenzar el trasplante —que suele realizarse entre fines de agosto y comienzos de septiembre— los productores advierten una reducción marcada en la superficie que se destinará al cultivo.
Agustín Recabarren, productor y voz autorizada del sector, advierte que la próxima campaña se perfila con una caída fuerte en la superficie sembrada. Si bien la cosecha del primer cuatrimestre no sufrió lluvias excesivas, sí padeció los efectos de un evento de granizo en diciembre y olas de calor que afectaron tanto el rendimiento como la calidad del fruto. «Los tomates del inicio fueron normales, pero los más tardíos salieron con problemas: blancos por dentro, sin color ni valor comercial», explicó.
La situación se agrava por la falta de agua, un problema persistente que este año volvió a poner en jaque a los cultivos. “En muchos momentos, estuvimos al límite con el recurso hídrico”, indicó Recabarren. A eso se suman enfermedades bacterianas que perjudicaron aún más los lotes más tardíos.
Sin embargo, los mayores temores vienen del lado comercial. «La industria, que siempre absorbía casi toda la producción, este año compró lo justo y necesario, y lo restante lo pagó mal o directamente lo rechazó», señaló Recabarren. Además, la creciente importación de pasta de tomate —beneficiada por aranceles bajos— ha desplazado al producto local en el interés de las fábricas.
A esta altura del año, deberían estar definidos los contratos, anticipos y acuerdos para la nueva siembra, pero nada de eso ocurrió. «La incertidumbre es total. No sabemos si la caída será del 20%, 30% o más. Pero que va a haber una baja, no hay duda», concluyó el productor.
Las próximas semanas serán decisivas. Sin precios claros ni compromisos industriales, muchos productores evalúan si continuar o no con la actividad.
