En tiempos donde la política digital define buena parte de la agenda pública, Cristian Andino —posible candidato a diputado por el PJ sanjuanino— parece haber apostado fuerte, pero no precisamente al diálogo con la ciudadanía. En sus redes sociales, Andino no acumula apoyos reales: acumula comentarios pagados.
Un repaso por sus últimas publicaciones en Instagram y Facebook exhibe un fenómeno poco sutil y profundamente preocupante: una avalancha de comentarios positivos casi calcados, que van desde el clásico “¡Qué grande, maestro!” hasta elaboradas loas al peronismo más rancio, del tipo “humildad, las costumbres y seguir construyendo por San Juan…”. El patrón se repite con nombres y perfiles reciclados, que comentan una y otra vez con las mismas frases prefabricadas, como si fueran parte de una línea de montaje digital.
Esto no es militancia. Es una granja de trolls.
Andino no está cosechando apoyo popular, está operando una maquinaria diseñada para inflar artificialmente su imagen. Lo que debería ser un canal de contacto con la gente, se ha transformado en una vitrina falsa, sostenida por cuentas dudosas que construyen una popularidad de cartón.
La pregunta es: ¿qué dice esto de un político que aspira a representar al pueblo en el Congreso? Si necesita fabricar elogios para parecer querido, ¿cómo construirá consensos reales? Si no puede enfrentar un comentario crítico, ¿cómo legislará en una cámara donde el disenso es parte del trabajo?
El peronismo de San Juan no necesita influencers truchos ni cultores del autobombo, necesita dirigentes con coraje y conexión real con la gente. La política no se hace con bots ni con frases vacías: se hace en la calle, en los barrios, con propuestas y con la escucha activa de una ciudadanía que está harta de que le vendan humo.
La democracia digital exige autenticidad. Si el camino al Congreso se recorre a base de aplausos pagados, entonces lo que está en juego no es sólo una banca: es la honestidad del vínculo entre representantes y representados.