Luis Morvillo es, en teoría, un trabajador autoconvocado del transporte. Pero en la práctica, es el vocero de un modelo que se resiste a cambiar. Aparece en todos los reclamos contra las aplicaciones como Uber o Cabify. Exige más controles, más operativos, más barreras para quienes quieren trabajar por su cuenta. Lo curioso es que no lo hace desde una posición de defensa del trabajador, sino desde el lugar de siempre: cuidar el kiosquito.
Morvillo encabeza protestas, corta calles y lanza comunicados como si hablara en nombre de todo el sector. Pero su vínculo con remisería Oeste y su relación con sectores del peronismo provincial lo desmienten. No es neutral. No es espontáneo. Y no es casual que en las fotos lo veamos abrazado a José Luis Gioja o posando junto a Sergio Uñac. Tampoco es casual que rechace cualquier intento de regular las aplicaciones, como si la legalidad fuera una amenaza.
Lo que molesta no es Uber. Lo que molesta es que exista un sistema que no pase por ellos. Que permita a miles de sanjuaninos laburar con su propio auto, sin tener que pedir permiso ni rendirle cuentas a ninguna estructura. Lo que les molesta es perder el monopolio, la caja, el control. Porque durante años manejaron un modelo cerrado, oscuro, sostenido por complicidades políticas y favores cruzados.
Y ahora que la realidad avanza más rápido que la rosca, salen a protestar. No para mejorar el sistema. No para plantear una solución. Sino para que nada cambie.
San Juan necesita una ley que regule las apps de transporte. Con condiciones claras, con impuestos, con seguros, con responsabilidad. Pero sobre todo, con libertad. Para que quien quiera trabajar, pueda hacerlo. Y para que los usuarios tengan opciones reales, seguras y modernas.
El kiosquito no se toca, dicen algunos. Bueno, tal vez ya sea hora de cerrarlo. Porque el verdadero reclamo de fondo no es el de los trabajadores, sino el de los que se creían dueños del rubro. Y la calle, como la política, ya no les responde como antes.
