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Published on: Editoriales

El primo, los contratos y el silencio que no fue

En San Juan ya no sorprende que las familias del poder estén detrás de negocios con el Estado. Lo que sí sigue generando indignación es el nivel de impunidad con el que se mueven. Esta vez, el foco está puesto en la empresa de Gonzalo Cáceres, primo del exgobernador y actual senador nacional Sergio Uñac, que facturó millones durante años gracias a contrataciones directas del Estado, algunas incluso sin licitación.

Las revelaciones no son nuevas, pero los detalles que salieron a la luz en los últimos días son tan escandalosos como reveladores: publicidad, producción de contenido, manejo de redes sociales, todo bajo un esquema de convenios que se mantuvieron firmes incluso durante toda la gestión de Uñac como gobernador. ¿Casualidad? ¿Mérito? ¿O simplemente la lógica de los amigos del poder?

Pero el escándalo no terminó ahí. Cuando el periodista Sergio “Pájaro” Benmuyal expuso esta trama, el primo empresario decidió denunciarlo por injurias. En vez de responder con argumentos, eligió el camino más viejo del manual político: callar al que incomoda.

Sin embargo, la Justicia no le dio la razón. Esta semana, tanto el juez como la Cámara rechazaron la denuncia. Porque no hubo injurias, hubo periodismo. Porque contar lo que pasa no es delito, aunque moleste. Y porque en una democracia, los vínculos entre negocios y política no pueden ser zona liberada.

El caso Cáceres no es un hecho aislado. Es el reflejo de una forma de gobernar, de relacionarse con el Estado, de usar lo público como si fuera propio. Una marca registrada de un modelo que dice estar en retirada, pero que aún intenta sostenerse con los mismos apellidos y las mismas prácticas.

Y mientras tanto, Uñac guarda silencio. No sobre su primo, sino sobre todo. Sobre las causas, sobre los contratos, sobre la condena a Cristina, sobre los pedidos de informe por su gestión. El mismo silencio que intentó imponer su entorno desde los tribunales, ahora se les vuelve en contra.

Porque en política no alcanza con negar. Tampoco con mandar a familiares a facturar. Y menos aún con querer callar a quienes se atreven a contar lo que otros prefieren esconder.

La verdad no siempre se impone rápido. Pero cuando llega, no hay primo, ni denuncia, ni pauta oficial que la tape.