El inicio del juicio por el caso Cuadernos vuelve a poner al kirchnerismo en una posición incómoda: la de tener que justificar lo injustificable. Mientras en los tribunales se exponen pruebas y testimonios sobre un entramado de corrupción que marcó una época, los referentes kirchneristas de San Juan —los mismos que ocuparon cargos, bancas y beneficios durante aquellos años— eligen el silencio o la defensa incondicional.
Hablan de “persecución judicial”, de “lawfare” o de “show mediático”, pero evitan discutir el fondo: cómo una red de empresarios y funcionarios montó un sistema paralelo de recaudación política que hoy se investiga con pruebas concretas.
En lugar de asumir responsabilidades, el kirchnerismo local se aferra al relato. Prefieren proteger el mito antes que defender la verdad. Callan ante un proceso judicial que busca esclarecer el uso del dinero público, pero son rápidos para aplaudir cada vez que se ataca a los jueces o se pone en duda a la Justicia.
El contraste es evidente: mientras la expresidenta cumple una condena de prisión domiciliaria en otra causa, los dirigentes que dicen representar a San Juan insisten en mirar hacia otro lado. No hay reflexión sobre el daño institucional, ni sobre lo que significó para la política argentina que el poder se convirtiera en un sistema de favores.
El juicio del caso Cuadernos no solo revisa un capítulo oscuro de la historia nacional. También desnuda a una dirigencia que, incluso fuera del poder, sigue defendiendo los privilegios antes que la transparencia.
En San Juan, el peronismo kirchnerista parece no haber aprendido nada. Prefiere justificar a los suyos antes que reconocer los errores. Y así, mientras en los tribunales se busca justicia, en la política sanjuanina todavía se juega a la negación.
El problema no es solo el pasado: es la incapacidad de construir un futuro sin corrupción, sin silencio y sin herencias que todavía pesan demasiado.
