En un país donde la confianza en la política cotiza a la baja, uno esperaría que cuando se presenta una oportunidad para levantar la vara, los representantes de la ciudadanía la aprovechen. Pero no. Ayer, el Senado tuvo la chance de dar un paso concreto hacia una política más limpia, más decente, más cercana a la gente. Y algunos eligieron votar en contra.
Entre ellos, el senador por San Juan, Sergio Uñac. Exgobernador, referente político, hombre de larga trayectoria. Votó en contra de la Ley de Ficha Limpia, una norma que simplemente buscaba impedir que personas con condenas por corrupción puedan ser candidatas. No hacía falta ser valiente para votar a favor, solo tener un poco de sentido común. Pero ni eso.
Lo más llamativo es que Uñac no es un senador más. Cobra más de 9 millones de pesos mensuales y tiene 19 asesores. Sí, 19. Una pequeña pyme personal financiada por el bolsillo de todos. Con ese aparato, se esperaría al menos un poco más de responsabilidad y conexión con la realidad.
Pero no. Minutos después de haber votado en contra de la transparencia, mientras la sociedad digería el golpe, Uñac ya estaba celebrando… otra cosa. Publicó en su cuenta de Facebook un saludo por el “Día del Taxista”, con tono festivo, como si no acabara de habilitar con su voto la candidatura de personas condenadas por corrupción.

No fue un error de timing, fue una postal perfecta de una política desconectada. De un dirigente que parece vivir en un universo paralelo, donde lo que pasa en el Senado no tiene consecuencias, donde las redes sociales son solo una vidriera para gestos vacíos, y donde el verdadero destinatario del mensaje no es el pueblo sanjuanino, sino su jefa política: Cristina Fernández de Kirchner.
Votar en contra de Ficha Limpia no fue un traspié. Fue una definición. Un voto que eligió sostener privilegios en lugar de renovar la confianza pública. Y la publicación que vino después, lejos de disimular el impacto, lo confirmó: Uñac está en otra sintonía, y no parece tener apuro en corregirlo.