La gestión del exgobernador Sergio Uñac se construyó bajo un modelo que hoy muestra grietas profundas: una dependencia casi absoluta de los fondos nacionales administrados durante los gobiernos kirchneristas. Durante años, este sistema fue presentado como una fórmula de desarrollo, pero con el tiempo quedó claro que no era más que un mecanismo de sumisión económica, plagado de ineficiencias y cuestionamientos éticos. ¿Fue realmente la obra pública una herramienta para el crecimiento, o un negocio diseñado para perpetuar intereses políticos?
El kirchnerismo, con su centralización de recursos y el manejo discrecional de los mismos, encontró en San Juan una provincia sumisa a sus designios. Las obras impulsadas durante la gestión de Uñac –desde escuelas hasta viviendas– se financiaron en su casi totalidad con fondos federales. Pero esta dependencia tenía un precio: alinearse políticamente con el gobierno nacional de turno, sin margen para una gestión autónoma. Uñac inauguraba obras que no eran propias, a cambio de reportar a sus jefes nacionales.
El resultado de este esquema quedó expuesto con el cambio de administración nacional. La llegada de Javier Milei, con su promesa de cortar los “negocios de la política”, dejó a San Juan sin el flujo de dinero que sostenía su economía. Las obras se paralizaron, las promesas quedaron a medias y la provincia enfrentó la cruda realidad de haber construido un modelo incapaz de sostenerse por sí mismo.
La gestión Uñac dejó tras de sí una provincia plagada de proyectos inconclusos. Hospitales como el de Angaco y viviendas del IPV quedaron detenidos, mientras que las reparaciones escolares quedaron relegadas pese al estado crítico de muchos establecimientos. Las escuelas estaban sin mantenimiento a
Pero la verdadera herencia no es solo material: es la cultura de la dependencia y la falta de transparencia.
Bajo el esquema kirchnerista, el control de los fondos públicos se manejó con una opacidad alarmante. La falta de auditorías claras y los vínculos entre contratistas y figuras políticas dejaron sospechas de corrupción que todavía resuenan. ¿Cómo confiar en un modelo que parecía diseñado más para beneficiar a unos pocos que para resolver las necesidades de los sanjuaninos?
Hoy, la provincia intenta reactivarse bajo un esquema distinto. La actual gestión, con limitaciones presupuestarias claras, ha optado por financiar obras con recursos propios y buscar alianzas con el sector privado. Este cambio no es sencillo, pero representa una oportunidad para romper con el círculo vicioso del pasado.
El reinicio de proyectos como hospitales, escuelas y viviendas con fondos provinciales es un paso en la dirección correcta, pero también una señal de la magnitud del daño heredado. ¿Qué habría sido de San Juan si los recursos administrados durante la era Uñac se hubieran invertido para los sanjuaninos?
San Juan enfrenta una disyuntiva: aprender de los errores del modelo kirchnerista o repetirlos bajo nuevas formas. La obra pública debe ser una herramienta para el desarrollo sostenible y no un instrumento de control político.
La pregunta queda abierta: ¿es posible construir una provincia más autónoma y responsable, o los fantasmas de la gestión kirchnerista seguirán marcando el camino? El tiempo dirá si esta nueva etapa logra sanar las heridas de un sistema que prometió progreso, pero dejó más sombras que luces.