Hay gestos que dicen más que mil discursos. Y el gobierno de Marcelo Orrego acaba de dar uno de esos gestos: aceptar, sin vueltas, que se traten los pedidos de informe en la Legislatura. Nada de cajonearlos, nada de patearlos para más adelante. Se van a debatir. Se van a contestar. Porque la premisa es simple: quien no tiene nada que ocultar, no teme explicar.
El diputado provincial del PRO, Enzo Cornejo, fue clarísimo: “Vamos a demostrar que no somos iguales.” Y no es un detalle menor. Porque todos sabemos cómo funcionaba la gestión anterior. Sergio Uñac y su gabinete hicieron del pedido de informe una mala palabra. Los cajoneaban. Los bloqueaban en comisión. Los mataban con el silencio. En definitiva: no respondían nada.
Era un modelo de gobierno donde la transparencia brillaba por su ausencia. Donde preguntar estaba mal visto y exigir explicaciones se tildaba de ataque político. Donde los números de la pauta, las contrataciones de amigos, los millones gastados en marketing en Buenos Aires o la deuda con proveedores eran temas tabú. Porque siempre fue más fácil callar o desviar la conversación que rendir cuentas.
Hoy, la cosa cambió. Por primera vez en mucho tiempo, se abre la Legislatura para que los pedidos de informe se traten y respondan. Los diputados debatirán en el recinto cuestiones clave: cómo se recibieron las cuentas, cómo se manejaron los recursos públicos, en qué se gastó y por qué. Porque eso también es gobernar: dar la cara.
¿Alguien cree que la gestión anterior resistiría un ejercicio similar? La sola pregunta alcanza para entender por qué se aferran al pasado, por qué les incomoda tanto que ahora se hable de abrir los números. Porque saben que la opacidad fue parte de su modelo. Y que esa herencia de silencio y discrecionalidad es justo lo que hoy se quiere terminar.
No se trata de revancha política. Se trata de algo más básico: transparencia. Porque un gobierno que responde pedidos de informe se somete al control ciudadano. Y un gobierno que los esconde, se burla de quienes lo eligieron.
Por eso, mientras la oposición arma discursos para defender lo indefendible, la gestión actual elige abrir las puertas. Que se debata. Que se pregunte. Que se exija. Porque el cambio real no es solo de nombres. Es de actitud.
Y en ese sentido, la diferencia ya se empieza a notar.